Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Una libertad luminosa

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
424 Seiten
Spanisch
Editorial Impedimenta SLerschienen am06.09.20211. Auflage
Basilea, años cuarenta. Albert Hofmann lleva a cabo ensayos clínicos con su última creación, el LSD, un compuesto químico que subvertirá el mundo de la cultura. Harvard, a comienzos de los sesenta. Fitzhugh Loney, estudiante de psicología, es invitado a la fiesta que da Timothy Leary, psicólogo y entusiasta de las drogas psicodélicas. Allí tendrá su primer contacto con el LSD y emprenderá un prodigioso viaje que empieza en un campus de Cambridge, donde Leary conduce unos experimentos dudosamente científicos, y que acabará convirtiéndose en una experiencia reveladora y desconcertante. A través de la historia de Timothy Leary y sus lisérgicos psiconautas, esta novela supone el testimonio de una época convulsa, los años sesenta, y la aparición de una droga que cambiaría el mundo para siempre. CRÍTICA ' Boyle refleja con sobriedad la experiencia de la iluminación, donde lo más significativo son sus personajes, quienes lidian con los atajos y los desvíos aquel viaje.' -LA Review of Books 'Boyle imagina en Una libertad luminosa cómo fue la participación en los experimentos de drogas alucinógenas de Timothy Leary a principios de los años 60.' -National Public Radio 'Esta novela de Boyle es un éxito rotundo.' -The Brooklyn Trail 'Boyle nos ofrece una visión sincera de su investigación en torno a las drogas, sus propias experiencias con ellas y su relación con la naturaleza humana.' -LitHub 'T. C. Boyle desvela en Una libertad luminosa los fraudes históricos y las quimeras de Norteamérica.' -Washington Post 'Brillante... Un relato o una montaña rusa de la moral y la ética, los excesos y el lugar donde, teóricamente, se esconde la sabiduría.' -Mick Brown, Daily Telegraph

Nació en Peekskill, Nueva York, en 1948. En 1999 recibió el premio Pen/Malamud por su volumen de relatos 'T. C. Boyle Stories'. Entre sus novelas cabe destacar 'Música acuática' (1981; Impedimenta, 2016), 'El fin del mundo' (1987), 'El balneario de Battle Creek' (1993), 'The Tortilla Curtain' (1997), Prix Médicis Étranger, y 'Las mujeres' (2009; Impedimenta 2013), que narra la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright, así como, 'Los Terranautas' (2016; Impedimenta, 2020) y 'Una libertad luminosa' (2019), en Impedimenta en 2021.
mehr
Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR30,00
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR14,99

Produkt

KlappentextBasilea, años cuarenta. Albert Hofmann lleva a cabo ensayos clínicos con su última creación, el LSD, un compuesto químico que subvertirá el mundo de la cultura. Harvard, a comienzos de los sesenta. Fitzhugh Loney, estudiante de psicología, es invitado a la fiesta que da Timothy Leary, psicólogo y entusiasta de las drogas psicodélicas. Allí tendrá su primer contacto con el LSD y emprenderá un prodigioso viaje que empieza en un campus de Cambridge, donde Leary conduce unos experimentos dudosamente científicos, y que acabará convirtiéndose en una experiencia reveladora y desconcertante. A través de la historia de Timothy Leary y sus lisérgicos psiconautas, esta novela supone el testimonio de una época convulsa, los años sesenta, y la aparición de una droga que cambiaría el mundo para siempre. CRÍTICA ' Boyle refleja con sobriedad la experiencia de la iluminación, donde lo más significativo son sus personajes, quienes lidian con los atajos y los desvíos aquel viaje.' -LA Review of Books 'Boyle imagina en Una libertad luminosa cómo fue la participación en los experimentos de drogas alucinógenas de Timothy Leary a principios de los años 60.' -National Public Radio 'Esta novela de Boyle es un éxito rotundo.' -The Brooklyn Trail 'Boyle nos ofrece una visión sincera de su investigación en torno a las drogas, sus propias experiencias con ellas y su relación con la naturaleza humana.' -LitHub 'T. C. Boyle desvela en Una libertad luminosa los fraudes históricos y las quimeras de Norteamérica.' -Washington Post 'Brillante... Un relato o una montaña rusa de la moral y la ética, los excesos y el lugar donde, teóricamente, se esconde la sabiduría.' -Mick Brown, Daily Telegraph

Nació en Peekskill, Nueva York, en 1948. En 1999 recibió el premio Pen/Malamud por su volumen de relatos 'T. C. Boyle Stories'. Entre sus novelas cabe destacar 'Música acuática' (1981; Impedimenta, 2016), 'El fin del mundo' (1987), 'El balneario de Battle Creek' (1993), 'The Tortilla Curtain' (1997), Prix Médicis Étranger, y 'Las mujeres' (2009; Impedimenta 2013), que narra la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright, así como, 'Los Terranautas' (2016; Impedimenta, 2020) y 'Una libertad luminosa' (2019), en Impedimenta en 2021.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788418668098
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2021
Erscheinungsdatum06.09.2021
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.232
Seiten424 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1597 Kbytes
Artikel-Nr.14357684
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


1

No creía en Dios porque no tenía sentido para él, y lo que oía decir a algunos miembros del Departamento de Psicología tenía menos sentido aún, si es que algo así era posible. Gente racional, estudiantes de posgrado tan serios y comprometidos en todos los aspectos como él, de pronto parecían incapaces de hablar de algo que no fuera la unicidad del ser y el rostro de lo Divino, como si fueran místicos en lugar de científicos. Él no estaba haciendo un posgrado para entrar en contacto con Dios o con el misticismo o con la expansión mental, o como fuera que lo llamaran, sino para conseguir un título que le permitiera acceder a un trabajo con el que pagar las facturas y comprar una casa y un coche que arrancara cuando se metía la llave en el contacto y se pisaba el acelerador. No como la chatarra de Fairlane en la que estaba sentado en ese momento, a la que tuvo que traer de nuevo a la vida mediante un generoso chorro de éter en el cuello del carburador y a la que también había que bombear gasolina con el acelerador cada cinco segundos para que no se volviera a morir, y que no guardaba relación alguna con ninguna deidad, salvo, quizá, con las que se sentaban en las salas de juntas de Detroit. Claro está que el coche tenía ocho años, y que los neumáticos estaban tan lisos como las hojas de papel Corrasable Bond en las que tomaba sus apuntes. Los paneles de debajo de las puertas, oxidados. Y los amortiguadores, tan dados de sí que se golpeaba contra el fondo del vehículo en cada bache. Lo que venía a sumarse a la larga lista de calamidades que padecía. Y además, ¿dónde se había metido ella? Por Dios. Llegar tarde -llegar tarde sin ninguna excusa- era inaceptable, por no decir maleducado, poco profesional y una veintena de adjetivos más, en especial, esa noche.

Hacía frío, quizá estaban bajo cero, pero él sudaba porque siempre lo hacía cuando se ponía nervioso -o se preocupaba, como le gustaba decir a su padre-. Y en ese momento lo estaba. Era tarde. Torció la cabeza para mirar hacia la ventana en forma de rectángulo brillante en medio de la oscuridad, una ventana sin cortinas y sin persianas. Todo a la vista de cualquiera, pero sin rastro de Joanie ni de la niñera. El coche petardeó, tosió, y él tocó el claxon hasta que la cara pálida y delgada de Joanie apareció por fin en la ventana y ella le hizo un gesto airado con la mano que podía significar cualquier cosa, desde «Muérete» hasta «Me he roto la muñeca». Luego volvió a desaparecer y él volvió a aporrear el claxon inmediatamente, hasta que una nueva cara se asomó entre las cortinas del apartamento contiguo -se trataba de la señora Malloy, con la mandíbula apretada y el pelo aplastado a un lado de la cabeza-, y paró de hacer ruido.

Lo que realmente le apetecía hacer era ponerse en marcha y dejarla allí, pero eso no funcionaría, claro, y nunca lo habría hecho, en cualquier caso, porque luego, cuando volviera, tendría que enfrentarse a un interminable culebrón de lágrimas y reproches. Además, Tim había insistido en que la trajera de vuelta («Esto no es solo por ti, ya lo sabes»), y lo último que quería era decepcionar a Tim. O contradecirle. Da igual, lo que fuera. No obstante, por encima de todo, necesitaba que ella estuviera con él. Lo necesitaba más que nunca porque se sentía cada vez más confuso -asustado, en realidad- respecto a aquel asunto. ¿Dónde se había metido?

Se puso de costado y se agachó para tantear el suelo en busca de algo con lo que bloquear el acelerador mientras él subía y la sacaba a rastras de casa si no quedaba más remedio, cuando una sombra apareció por el túnel oscuro que alguien había abierto con una pala en la acera. Resultó ser la niñera, la señora Pierzynski, y respiró aliviado. Vio cómo se aproximaba, cansada, cómo pasaba al lado del coche sin percatarse de que él estaba dentro -muy torpe, con sus botas de goma, su bufanda, sus mitones, su sombrero de lana-, y cómo subía los escalones pisando con fuerza. La puerta se abrió y volvió a cerrarse con un fugaz destello de luz, y la silueta de Joanie reemplazó en el rellano a la de la mujer. Un momento después, sintió una ráfaga de aire frío y vio que Joanie se deslizaba en el asiento a su lado, oliendo al perfume que la madre de ella le había regalado por Navidad.

-Por Dios -fue lo único que él le dijo, y puso en marcha el coche, que avanzó a trompicones por la calle helada. Durante un instante aterrador sintió patinar las ruedas, hasta que por fin se adhirieron allí donde el rastrillo había arañado el pavimento.

-¿Qué? -dijo ella-. No me eches la culpa. Eres tú el que insiste en tratarlo como a un niño. Fitz, Corey tiene trece años, trece. No necesita una niñera. Es tirar dinero que no tenemos.

-Eres tú la que lo infantiliza.

La cara de su mujer, muy maquillada, con pestañas postizas y un pintalabios tan rojo que a la luz del salpicadero parecía negro, pendía a su lado como si flotara en el aire, otro satélite en órbita.

-¿Cómo lo sabes? Estás siempre metido en la biblioteca.

-Le hablas como a un bebé.

-No le hablo como a un bebé. Es un código. Tenemos un código entre nosotros, ¿vale? Madre e hijo. Nuestro lenguaje particular. -Él oyó cómo abría el bolso con un chasquido, y el crujido del celofán de un paquete nuevo de Marlboro. Guardaron silencio un momento, y luego ella dijo-: No me culpes, es ridículo, lo mires por donde lo mires. ¿Vas a decirme que no puede pasar un par de horas solo en casa un sábado por la noche?

La calefacción estaba encendida al máximo y rugía contra el parabrisas. Sudoroso, la apagó, y cuando intentó liberarse del abrigo, ella estaba tan ocupada encendiendo su cigarrillo que ni siquiera simuló tener la más mínima intención de ayudarle.

-No quites las manos del volante, ¿quieres? -le soltó en un tono tan irritante que él volvió a enfadarse. Iba a decirle: «No se trata solo de un par de horas», pero la sola idea se le antojaba tan deseable como recibir un puñetazo en el estómago. Y la actitud de Joanie, junto al hecho de que llegaran tarde, le hizo volver al ataque.

-Que te den -dijo-. Anda y que te den.

De modo que, cuando por fin llegaron a las escaleras que llevaban a la casa de Tim (después de la tensión añadida por haber tenido que dar tres vueltas a la manzana escudriñando los números de los buzones, que estaban mal iluminados), los dos estaban enfadados, hartos y tensos; justo la actitud menos adecuada para participar en la sesión. Él se había dejado convencer y, a su vez, la había convencido a ella. Por si no fuera suficiente, ella había insistido en llevar una botella de Burdeos que no se podían permitir, como si les hubieran invitado a una cena en los suburbios a la que fueran a asistir el párroco, el director del colegio y el tipo del concesionario de coches. Se sintió ridículo, cada vez más tenso. Mientras soportaba el azote de una repentina ráfaga de viento, con la botella en una mano, presionó el timbre. Nadie respondió.

-Siempre hay que traer vino -le decía Joanie, en un tono plano, marcial. Se había pasado media hora peinándose y maquillándose y llevaba puesto su mejor vestido, su mejor abrigo y un par de zapatos de salón comprados el otoño pasado-. Es lo que se espera, es lo civilizado. Y se lo das a la mujer, no a él...

-¿Se lo das a la mujer de quién?

-De tu profesor, Tim.

-Su mujer está muerta.

-¿Qué me estás diciendo? Recuerdo que dijiste que tenía hijos.

-No necesitas una mujer para tener hijos, no después de que hayan nacido. Al parecer, se suicidó antes de que él viniera aquí. En el oeste. En California.

El viento mordía: una corriente helada y húmeda que provenía del mar. Tuvo un escalofrío. Solo llevaba la americana, y se maldijo a sí mismo por haberse dejado el abrigo en el coche. Volvió a llamar al timbre. Desde el interior les llegaba un suave murmullo de voces que subían y bajaban. Unas carcajadas. El repiqueteo grave y repetitivo de la línea de bajo de un disco de jazz, lo que le supuso una auténtica sorpresa: no sabía que Tim fuera un entusiasta del jazz. Imaginaba que era más de Bach, de Händel, de Mozart, puede que, en sus momentos más rebeldes, de Shostakóvich.

-De todos modos -le dijo Joanie, que siempre tenía la última palabra-, no se va con las manos vacías a la casa de nadie.

La puerta se abrió entonces, y por ella salió una niña de carita redonda que parecía tener la misma edad que Corey, salvo por los pechos que le llenaban el jersey blanco de cuello cisne.

-Hola -dijo, sonriendo con educación-. Pasad. Soy Suzie, la hija. -Y antes de que él pudiera entregarle el vino ni decidir si sería o no apropiado dárselo a una niña, ella se dio media vuelta y se alejó descalza, dejándolos plantados en la entrada.

Hacía calor en la casa. Las voces se oían ahora con más claridad, y el jazz que sonaba se acomodaba en el último LP de John Coltrane. Él no tenía dinero para comprárselo, pero se moría por tenerlo. Podía recordar cómo era la portada, toda azul, con la cabeza del saxofonista sobre el cuello del instrumento, preso de una pasión tan palpable en su rostro como cuando uno alcanza el clímax. Se trataba de una música profunda,...

mehr

Autor

Nació en Peekskill, Nueva York, en 1948. En 1999 recibió el premio Pen/Malamud por su volumen de relatos "T. C. Boyle Stories". Entre sus novelas cabe destacar "Música acuática" (1981; Impedimenta, 2016), "El fin del mundo" (1987), "El balneario de Battle Creek" (1993), "The Tortilla Curtain" (1997), Prix Médicis Étranger, y "Las mujeres" (2009; Impedimenta 2013), que narra la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright, así como, "Los Terranautas" (2016; Impedimenta, 2020) y "Una libertad luminosa" (2019), en Impedimenta en 2021.

Bei diesen Artikeln hat der Autor auch mitgewirkt