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La memoria de los animales

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
320 Seiten
Spanisch
Editorial Impedimenta SLerschienen am06.05.20241. Auflage
La aclamada autora de Tierra inestable firma una novela inquietante y emotiva en la que reflexiona sobre la libertad, la vulnerabilidad, el sacrificio y, ante todo, la necesidad de aferrarse a la vida mientras quede algo por lo que vivir.

Una pandemia arrasa un mundo desprevenido. Neffy, una joven bióloga torturada por los errores que han hundido su carrera, decide participar en los ensayos remunerados de una vacuna. Pero, tras una mutación repentina del virus, se encuentra en un hospital casi vacío, sin Internet, teléfono ni señal de televisión. El mundo exterior es territorio inexplorado, y Neffy está atrapada allí dentro con un grupo de personas en las que no confía. Con una prosa despiadada y sobrecogedora, Claire Fuller da una vuelta de tuerca a la literatura de pandemia, y enfrenta a su protagonista a una decisión imposible: saldar cuentas con los fantasmas de su pasado o volver la vista hacia un futuro que se presenta caótico, terrorífico y desconocido. Una distopía deslumbrante, con iguales dosis de ficción especulativa e historia reciente.

CRÍTICA

«Aleccionadora y evocadora, La memoria de los animales es una novela sobre quiénes elegimos ser cuando se apaga la luz.» -Foreword

«Una inquietante novela de segundas oportunidades.» -Publishers Weekly

«La atención al mundo que la rodea siempre ha sido una fuerza magnética de la obra de Fuller.» -The Guardian

«Una novela desasosegadora sobre el amor, la supervivencia y todo lo que transita en medio... para emocionarse.» Best Modern Dystopia

«Claire Fuller es una escritora tan interesante y original que ha vuelto a darnos una vuelta de tuerca literaria... compulsiva y totalmente convincente. ¡Fantástica!» -Claire Chambers

«Una novela que invita a la reflexión y es absolutamente convincente, de una escritora a la que siempre estamos deseando leer.» -Glamour


Claire Fuller (Oxfordshire, 1967) es una célebre autora inglesa de novelas y ficción breve. Entre sus obras cabe destacar Our Endless Numbered Days (premio Desmond Elliott), Swimming Lessons (premio Livre de Poche), y Tierra inestable (Impedimenta, 2023; Costa Novel Award 2021). Su novela más reciente es La memoria de los animales, que publicamos ahora en Impedimenta. Su obra se ha traducido a más de veinte idiomas, y sus relatos cortos han sido publicados en una gran variedad de revistas literarias. Actualmente vive en Winchester, con su marido y un gato llamado Alan.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR28,50
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR14,99

Produkt

KlappentextLa aclamada autora de Tierra inestable firma una novela inquietante y emotiva en la que reflexiona sobre la libertad, la vulnerabilidad, el sacrificio y, ante todo, la necesidad de aferrarse a la vida mientras quede algo por lo que vivir.

Una pandemia arrasa un mundo desprevenido. Neffy, una joven bióloga torturada por los errores que han hundido su carrera, decide participar en los ensayos remunerados de una vacuna. Pero, tras una mutación repentina del virus, se encuentra en un hospital casi vacío, sin Internet, teléfono ni señal de televisión. El mundo exterior es territorio inexplorado, y Neffy está atrapada allí dentro con un grupo de personas en las que no confía. Con una prosa despiadada y sobrecogedora, Claire Fuller da una vuelta de tuerca a la literatura de pandemia, y enfrenta a su protagonista a una decisión imposible: saldar cuentas con los fantasmas de su pasado o volver la vista hacia un futuro que se presenta caótico, terrorífico y desconocido. Una distopía deslumbrante, con iguales dosis de ficción especulativa e historia reciente.

CRÍTICA

«Aleccionadora y evocadora, La memoria de los animales es una novela sobre quiénes elegimos ser cuando se apaga la luz.» -Foreword

«Una inquietante novela de segundas oportunidades.» -Publishers Weekly

«La atención al mundo que la rodea siempre ha sido una fuerza magnética de la obra de Fuller.» -The Guardian

«Una novela desasosegadora sobre el amor, la supervivencia y todo lo que transita en medio... para emocionarse.» Best Modern Dystopia

«Claire Fuller es una escritora tan interesante y original que ha vuelto a darnos una vuelta de tuerca literaria... compulsiva y totalmente convincente. ¡Fantástica!» -Claire Chambers

«Una novela que invita a la reflexión y es absolutamente convincente, de una escritora a la que siempre estamos deseando leer.» -Glamour


Claire Fuller (Oxfordshire, 1967) es una célebre autora inglesa de novelas y ficción breve. Entre sus obras cabe destacar Our Endless Numbered Days (premio Desmond Elliott), Swimming Lessons (premio Livre de Poche), y Tierra inestable (Impedimenta, 2023; Costa Novel Award 2021). Su novela más reciente es La memoria de los animales, que publicamos ahora en Impedimenta. Su obra se ha traducido a más de veinte idiomas, y sus relatos cortos han sido publicados en una gran variedad de revistas literarias. Actualmente vive en Winchester, con su marido y un gato llamado Alan.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419581471
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum06.05.2024
Auflage1. Auflage
Seiten320 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2467 Kbytes
Artikel-Nr.14649258
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe



DÍA CERO MENOS DOS

Una enfermera me recoge en el vestíbulo de la planta baja y nos acompaña a mi maleta con ruedas y a mí al ascensor. Puedo oler el familiar aroma a desinfectante y limpiador industrial mezclado con una especie de esperanza desesperanzada. La enfermera, que me llega al pecho, lleva la omnipresente camisola de hospital y pantalones anchos; lo mismo que llevaban en la clínica de las colinas, en Big Sur, y en el hospital de Atenas. También lleva una mascarilla quirúrgica, igual que yo, pero encima de sus ojos marrones lleva el arco de las cejas perfectamente delineado. Me pregunta si he tenido buen viaje, aunque sabe de sobra que me mandaron un coche y que me senté atrás, con una mampara de plástico entre el conductor y yo. Lo que no sabe es que yo estaba dolida por la discusión con Justin y que el teléfono me vibraba en el bolsillo con mensajes suyos y de Mamá: al principio disculpas, que se iban convirtiendo en advertencias para acabar en airadas exigencias de que diera la vuelta ya. Una parte de mí temía que hubiera vuelto a tomar una mala decisión, pero cuanto más vibraba el teléfono, más convencida estaba. Intenté calmarme viendo pasar las calles vacías del centro de Londres y contando los peatones con los que nos cruzábamos. Cuando el coche se detuvo frente al centro, iba por treinta y tres.

La enfermera tiene acento; tailandés, me parece. El ascensor se para en la segunda planta, la más alta. Me dice que otros dieciséis voluntarios están a punto de llegar, soy la primera. «Voluntarios» es la palabra que utiliza, a pesar de que nos pagan. Para mí, eso es lo que importa.

-Vas a estar como en casa -dice-. No estés nerviosa.

-Estoy bien -contesto, aunque no estoy segura de que sea cierto.

La puerta del ascensor se abre a una recepción sin ventanas con un largo mostrador en el que se sienta una joven con uniforme blanco. En la pared se lee BIOPHARM VACUNAS escrito con grandes letras, y debajo tus sueños, nuestra realidad. En un extremo de la mesa, un estrafalario arreglo floral con una docena de flores naranjas de largos tallos en un jarrón de cristal; junto al ascensor, unos sofás mullidos y una mesa baja con revistas del corazón dispuestas en forma de abanico. Este sitio parece una agencia de publicidad de alguna serie de televisión americana.

-Buenas tardes -dice la recepcionista tras la mascarilla.

-Esta es Nefeli -dice la enfermera.

-Hola, Nefeli. -La recepcionista habla en un tono demasiado animado, como si fuera la presentadora de un programa infantil de televisión.

-Neffy -contesto-. Hola.

Las uñas de la recepcionista golpean el teclado mientras hace el registro.

-¿Habitación uno? -pregunta la enfermera.

-Habitación uno -contesta la recepcionista, como si fuera la mejor habitación.

La enfermera me lleva por un pasillo ancho con puertas cerradas y lámparas encastradas, un puesto de enfermería, módulos de higiene de manos dispuestos junto a la pared a intervalos regulares y dispensadores de guantes. Los zapatos chirrían en el suelo de vinilo, decorado con un trazo de otro color que parece marcarnos el camino. Mi nombre de pila ya está escrito en la pizarra blanca que hay en la puerta de la habitación uno.

-Lo cambiaré por Neffy -dice la enfermera mientras abre la puerta y me deja pasar primero, como si fuera un agente inmobiliario. Es uno de esos trucos para asegurarse de que me impresiona.

Me alivia ver un ventanal que ocupa toda la pared del fondo, más allá de la cama. Tres semanas no son para tanto si puedo ver algo más que cuatro paredes. Lo soportaré. Fuera, un paisaje de tejados se extiende hacia el este, y enfrente hay un viejo edificio de ladrillo rojo reconvertido en apartamentos. Detrás de una hilera de ventanas de marco cuadrado -¿cuál era el término que se utiliza en arquitectura para esto? Justin me lo dijo una vez-, una mujer se arrebuja en un impermeable y desaparece en las profundidades de su piso. Nos separa una callejuela, y si miro a la derecha puedo ver un trocito de la carretera principal con un bolardo que impide el paso del tráfico. A la izquierda, más allá de este edificio, la callejuela desemboca en una calle sin salida que dobla la esquina de enfrente y se pierde de vista.

En mi habitación, todo parece una réplica de un catálogo de mobiliario para hospitales de lujo. No me cabe duda de que el resto de las habitaciones están amuebladas igual: una cama de hospital, un armario con espejo de cuerpo entero, un escritorio, una tele con pantalla grande pegada a la pared y dos sillones enfrentados delante del ventanal, como si me permitieran recibir visitas y ofrecerles café. A mi derecha, una puerta lleva a una ducha embaldosada.

-Necesito repasar contigo un par de cosas -dice la enfermera. Sin darse cuenta, hace girar su anillo de oro en el dedo anular-. Y luego ya te dejo deshacer la maleta. Puedes quitarte la mascarilla si quieres. Los voluntarios no tienen que llevarla.

-Vale. -He revisado el correo electrónico titulado «Qué esperar» varias veces. Mientras me quito la mascarilla, me vuelve a sonar el móvil con una notificación.

-¿Quieres mirarlo? -Como si de repente se hubiera dado cuenta de su manía, deja de girar la alianza.

-No, no hace falta. -Estoy aquí, y no me importa lo que Justin y Mamá me digan que haga o deje de hacer.

-¿Solo tienes una maleta? -En la placa identificativa de la enfermera puede leerse «Boosri», y cuando ve que la estoy mirando me dice-: Llámame Boo.

-No necesito gran cosa.

La maleta de ruedas es vieja, me la compró Mamá la primera vez que viajé sola a Grecia para visitar a mi padre, Baba, el verano que cumplí los doce. Otras veces, Baba compraba billetes de avión para ella y para mí, y Mamá viajaba conmigo para entregarme con una de sus maletas viejas a Margot en la zona de llegadas de Corfú, sin apenas dirigirle la palabra. Mamá me hacía sentir vergüenza ajena: esperaba impaciente a que acabara de darme besos y abrazos y alisarme el cuello de la camisa, que no estaba arrugado. Nunca me giraba para mirarla cuando cruzaba con Margot el muro de calor de Grecia. Nunca, ni una sola vez, pensé lo que debía de ser para ella dar la vuelta hacia la zona de salidas y coger sola el siguiente avión de vuelta a Inglaterra. Cuando cumplí los doce, o bien Mamá decidió que podía viajar sola, vigilada por la azafata, o bien Baba empezó a preguntarse por qué iba a comprar dos billetes si con uno bastaba.

Boo saca una tableta de un bolsillo ancho de su uniforme y la golpea con el dedo para que despierte.

-A ver, tengo que comprobar un par de cosas: ¿llevas alcohol en la maleta?

Niego con la cabeza.

-¿Cigarrillos, tabaco?

-No.

-¿Medicamentos con o sin receta, excepto píldoras anticonceptivas? ¿Comida de alguna clase? ¿Dulces, algo para picar? ¿Café, té?

Niego con la cabeza en cada pregunta.

Me pide que vuelva a leer el descargo de responsabilidad una última vez y me indica dónde debo firmar con el lápiz óptico. Leo la información por encima y garabateo una firma. Escanea el código de barras de una pulsera blanca, me pide que confirme mi nombre y fecha de nacimiento y me la pone en la muñeca derecha. Me pregunta si he tenido algún síntoma en los últimos cinco días y los enumera. Contesto a cada uno que no. ¿He estado aislada, salvo de mis convivientes, estos últimos siete días? Sí. No he estado cerca de nadie que no fuese Justin desde hace más de una semana.

Boo se coloca con un chasquido un par de guantes de goma azul y me hurga al fondo de la nariz con un hisopo. No puedo evitar echar la cabeza hacia atrás y me pide disculpas.

-Lo analizarán esta noche para estar seguros de que no eres asintomática. -Lo introduce en un tubo de plástico, lo etiqueta y se lo vuelve a meter en el bolsillo-. Las dosis de la vacuna se administrarán en un horario escalonado -explica-. Tú estás en el primer grupo, mañana por la mañana, ¿vale?

Me enseña a encender la televisión y a subir y bajar las persianas que hay fuera del ventanal con un asistente de voz; me explica que la persiana veneciana de la ventana interior que da al pasillo tiene que estar siempre subida, incluso por la noche, y me dice cómo activar el timbre de emergencia del dormitorio y la ducha.

-Mike te traerá la cena a las siete. Vegetariana, ¿verdad? -Está dándole vueltas a la alianza incluso con los guantes puestos.

-Sí, gracias.

-Si necesitas cualquier otra cosa, avísame. -Me doy cuenta de que no ha tocado nada de la habitación-. Te veo por la mañana.

-Un poco de papel.

-¿Disculpa?

-¿Puedes traerme un poco de papel, por favor? Se me ha roto el portátil y pensaba traer un cuaderno, pero se me ha hecho tarde.

Esta mañana, mientras Justin y yo discutíamos, he pisado el portátil con todo mi peso. Lo había dejado en el suelo, al lado de la cama. Justin siempre me decía que lo guardara, pero nunca le hacía caso. Vivía con él en el piso del oeste de Londres que le pagaba su padre, Clive, y trabajaba de lo que podía -en bares, cafeterías-, empeñada en pagarme los gastos. Pero entonces el virus arrasó la ciudad, lo arrasó todo, y los cafés y los bares cerraron. Estaba en el piso de Justin, comiéndome su comida y gastando su electricidad. Me dijo, por supuesto, que no importaba, pero mis contratos precarios de cero horas no me daban derecho a ningún tipo de baja, y tenía deudas que pagar. O,...

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Autor

Claire Fuller (Oxfordshire, 1967) es una célebre autora inglesa de novelas y ficción breve. Entre sus obras cabe destacar Our Endless Numbered Days (premio Desmond Elliott), Swimming Lessons (premio Livre de Poche), y Tierra inestable (Impedimenta, 2023; Costa Novel Award 2021). Su novela más reciente es La memoria de los animales, que publicamos ahora en Impedimenta. Su obra se ha traducido a más de veinte idiomas, y sus relatos cortos han sido publicados en una gran variedad de revistas literarias. Actualmente vive en Winchester, con su marido y un gato llamado Alan.
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Cosculluela, Eva
Übersetzung

Bei diesen Artikeln hat der Autor auch mitgewirkt