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Ante todo criminal

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
236 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am01.10.20151. Auflage
Juan Aparicio Belmonte vuelve a adentrarse con su siempre caústico sentido del humor en el género negro para desarrollar una historia de crímenes, fallidas investigaciones, fútbol y corrupción. Un empresario encomienda a un escritor de turbia trayectoria la redacción de la que él considera la escamoteada e ignorada historia izquierdista del Real Madrid, pero el plan se tuerce y el empresario desaparece misteriosamente. Sara Lagos, una perfeccionista comisaria de policía en excedencia, se obsesiona con el caso y lo reabre por su cuenta y riesgo. No es consciente del peligro, tanto físico como sentimental, que supone introducirse en un mundo totalmente corrupto, en el que el principal sospechoso, un pequeño narcotraficante con veleidades literarias, vive donde la realidad y la ficción se entremezclan.Una hilarante comedia que parodia con fina ironía los tópicos más acendrados de las novelas de detectives, del casticismo y de las ambiciones literarias.

Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) es profesor en la escuela de ideas Hotel Kafka, en la escuela de escritura creativa El Atelier de Fábula y en la escuela de interpretación Work In Progress, humorista gráfico con el apodo Superantipático (en las publicaciones 20 minutos y República de las letras, entre otras) y colaborador habitual de diversos medios de comunicación. Ha escrito las novelas Mala Suerte (2003), López López (2004), El disparatado círculo de los pájaros borrachos (2006), Una revolución pequeña (2009), Mis seres queridos (2010), Un amigo en la ciudad (Siruela, 2013), Ante todo criminal (Siruela, 2015) y La encantadora familia Dumont (Siruela, 2019).
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR24,38
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR8,99

Produkt

KlappentextJuan Aparicio Belmonte vuelve a adentrarse con su siempre caústico sentido del humor en el género negro para desarrollar una historia de crímenes, fallidas investigaciones, fútbol y corrupción. Un empresario encomienda a un escritor de turbia trayectoria la redacción de la que él considera la escamoteada e ignorada historia izquierdista del Real Madrid, pero el plan se tuerce y el empresario desaparece misteriosamente. Sara Lagos, una perfeccionista comisaria de policía en excedencia, se obsesiona con el caso y lo reabre por su cuenta y riesgo. No es consciente del peligro, tanto físico como sentimental, que supone introducirse en un mundo totalmente corrupto, en el que el principal sospechoso, un pequeño narcotraficante con veleidades literarias, vive donde la realidad y la ficción se entremezclan.Una hilarante comedia que parodia con fina ironía los tópicos más acendrados de las novelas de detectives, del casticismo y de las ambiciones literarias.

Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) es profesor en la escuela de ideas Hotel Kafka, en la escuela de escritura creativa El Atelier de Fábula y en la escuela de interpretación Work In Progress, humorista gráfico con el apodo Superantipático (en las publicaciones 20 minutos y República de las letras, entre otras) y colaborador habitual de diversos medios de comunicación. Ha escrito las novelas Mala Suerte (2003), López López (2004), El disparatado círculo de los pájaros borrachos (2006), Una revolución pequeña (2009), Mis seres queridos (2010), Un amigo en la ciudad (Siruela, 2013), Ante todo criminal (Siruela, 2015) y La encantadora familia Dumont (Siruela, 2019).
Details
Weitere ISBN/GTIN9788416465590
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2015
Erscheinungsdatum01.10.2015
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.323
Seiten236 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1030 Kbytes
Artikel-Nr.3218047
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

4
Sara encontró en la lesión de Esteban la excusa perfecta para solicitar una excedencia -para estar a su lado y cuidarlo-: lo necesitaba, necesitaba el descanso. Se había propuesto dejar de beber y lo estaba logrando, pero no era nada fácil resistir la tentación en el mismo ámbito que la había empujado a hacerlo a escondidas en alguna que otra ocasión. Un interrogatorio se llevaba mejor achispada, una mala mirada de un compañero trepa o misógino, también. Y mientras Esteban respiraba a su lado con la frente vendada y el tobillo derecho escayolado, como si fuera el enfermo de una película cómica de poco presupuesto, incluso un dibujo animado hecho persona, cogió mi novela de la mesilla para seguir leyendo. No le movía a ello tanto su vocación de lectora de ficción, escasa, como la certeza del hallazgo de un crucigrama policial que solucionar, la intuición de que en mi novela estaba la clave de la misteriosa desaparición de un millonario que en su día me contrató para que impartiera clases de escritura creativa a su ingenuo pero talentudo hijo único. Las similitudes de ese millonario con el de mi novela, publicada dos años después de la desaparición del preboste, eran muchas, y a Sara le resultaba asombroso que nadie hubiera reparado en ellas. Manzaneda, el millonario perdido, Peral, el millonario de mi novela, manzanas y peras, qué burda pero lógica transposición para un escritor sin excesivo talento. Estaba, por qué no, ante una obviedad que solo ella conocía y que cuando la enunciara apoyada en pruebas se convertiría en una verdad mayúscula del sistema judicial, en una evidencia tan rotunda como la teoría heliocéntrica de Galileo; Sara sospechaba que yo había publicado mis andanzas criminales sabedor de que, sometidas al proceso de novelización, se transformarían indefectiblemente en un secreto para un país como el nuestro, de tan escasos y malos lectores. Sabía que, si seguía leyendo, llegaría a la narración del asesinato de un millonario -el de la novela- y quería comprobar hasta qué punto esa narración podía aclarar el suceso real, hasta qué punto el uso de tan oscuro acontecimiento para construir un artefacto de ficción había comprometido a un hipotético criminal que como novelista presumía de su inspiración autobiográfica.

 

Caminaba por la Feria del Libro, entre la multitud, y Esteban la acompañaba ayudándose de las muletas con las dificultades propias de un anciano más que de un lesionado. Ese renqueo no parecía que fuese transitorio, como si ya nunca pudiera recuperarse de sus heridas. Por fin, Sara me localizó, metido en una caseta como un animal de zoológico, encerrado, esforzándome en disimular el aburrimiento y la impaciencia. Casi daban ganas de lanzarme cacahuetes, me contaría Sara muchos meses más tarde. Nadie se acercaba para pedirme que le firmase un libro.

Sara dejó a Esteban en un chiringuito, sentado y con una cerveza rebosante y un suplemento cultural sobre la mesa -en portada, el debut de un escritor norteamericano con acné-, pero no fue suficiente para aplacar su curiosidad.

-Pero ¿adónde vas? -le preguntó cuando ella se alejaba.

Le gritó que había visto a una amiga de la infancia, que la perdonara, y él se quedó satisfecho con su respuesta. Sumergida en la muchedumbre, como un pez en un cardumen, solo al llegar a mi caseta recuperó su condición individual. Me mostró la novela resobada, algunas de cuyas páginas había doblado en las esquinas para señalar pistas en su investigación privada; más que un pasatiempo ahora que no estaba en comisaría, era una obsesión a la que dedicaba todas las horas de la vigilia, salvo cuando el cansancio la abatía o su hijo o Esteban exigían su atención. Iba tejiendo una tela de araña en torno a mí a partir de los datos de mi libro, datos que comparaba, contrastaba o relacionaba con los que había recopilado en prensa. Y cuando le pedí el nombre para firmarle el ejemplar, cayó en la tentación de asustarme con un comentario que me transmitió sus sospechas. No era un mal momento para hacerme saber que iba a por mí -mi reacción estaría condicionada por la abundancia de ojos alrededor, el temor a ser visto dejándome llevar por la ira o la agresividad detendría una reacción peligrosa-, que me tenía enfilado con el cañón de su obsesión, y pronto dispararía. En ocasiones, se lo decía su experiencia policial, era bueno que la presa supiera que un cazador lo estaba persiguiendo, porque los nervios bloquean, provocan huidas que son más bien un irse despavorido hacia la trampa, el conocimiento de la persecución quiebra un comportamiento más o menos discreto y eficaz para mantenerse a salvo de la ley. Así que cuando le firmé el ejemplar, me susurró con una sonrisa cruel que estaba al tanto -esa fue la expresión que empleó- de mi intervención en la desaparición del millonario Marcos Manzaneda, y tosí como si mi estómago quisiera vomitar el susto. También golpeé el mostrador provocando que los diez ejemplares que posaban en vertical cayeran al suelo arenoso y sufrieran el pisoteo displicente de dos o tres transeúntes con prisa.

-¿Perdón?

Recogió con parsimonia mis libros y los situó de nuevo ante mí.

-Arriesgaste demasiado al poner el asesinato con letra impresa en tu novelita.

-Pero ¿qué dice? ¿Quién es usted?

Y regresó al cardumen como respuesta -la acusación ya no se borraría de mi memoria-, apretada masa de paseantes que se conducían como peces en su pecera, de un lado para otro, hipnotizados por su voluntaria y alegre condición de muchedumbre, abarrotando el espacio que había entre la caseta donde yo firmaba y la del cuarto de baño, tras la que ella desapareció de mi vista.

Al llegar a la mesa donde había dejado a Esteban, lo encontró muy concentrado en la pantalla de su teléfono móvil de enésima generación. Estaba analizando una foto que había hecho por la mañana en la terraza de casa, fruncía el ceño, daba vueltas al cachivache buscando nuevas perspectivas.

-Oye -dijo-. ¿Tú no piensas que el chiquitín tiene la cabeza un poco grande? Mira la foto, es de hoy mismo...

-Todos los hombres de mi familia son cabezones -respondió Sara-. Así que no me extraña nada.

-No me refiero al niño, sino al perro... Fíjate, fíjate, compara esta foto con esta otra de hace un mes... Podría padecer hidrocefalia. Es una enfermedad común en esta raza.

 

Sara pasó los días leyendo y releyendo mi novela para no pensar, pero pensaba, vaya que sí, en la posibilidad de que el perro estuviera enfermo, y le asombraba el dolor que le producía esa posibilidad. Era tanto lo que su hijo Julián se había encariñado con el animal que ella, de natural refractaria a los animales domésticos, también lo había hecho, y al cabo de unas cuantas páginas constataba que no había comprendido o captado nada de lo leído. Alzaba los ojos de la novela y miraba a su perrito blanco -el maltés más alegre y bello del mundo-postrado, adormilado, y Sara pensaba que tal vez fuera cierto, que tal vez su cabeza había adquirido un volumen enfermizo.

-¿Por qué Messi no quiere jugar conmigo? -le preguntó su hijo.

-Porque está cansado.

Y cuando ya no fue capaz de engañarse ante la evidencia de falta de concentración en la lectura, bajó con el niño al parque, pero enseguida le agotó perseguirlo para que no se abriera la cabeza lanzándose desde el tobogán o aupándose en el columpio. Regresó a casa, sentó al niño frente a la televisión y encendió el ordenador para repasar algunas entrevistas y críticas sacadas de internet sobre la última novela de ese individuo -yo-, que ya se sabía vigilado y perseguido -vaya que sí- pese a que en su día fue descartado por el juez como sospechoso en la desaparición de Manzaneda.

En mi novela el asesinato del millonario se produce de manera brusca y cómica, al menos para quien disfrute del humor negro, casi al final, y Sara, impaciente, se saltó varias páginas para llegar a ese episodio: cuando el animoso preboste conduce al protagonista por un pasillo de libros en dirección al despacho, este, embriagado por unas extrañas drogas que le ha proporcionado su amante, la mujer del millonario, saca un martillo y golpea al preboste en la nuca en una reacción tan sorprendente como fatídica. El millonario se desploma y culebrea por la moqueta añadiendo rojo al rojo, con los espasmos de una ballena que quisiera regresar al mar. Sacando fuerzas de un último aliento de vida, mira hacia su agresor con expresión grave para decir:

-Lo sé todo, farsante. Todo... -Y repite con la nariz contra la moqueta-: Todo...

Aparece su mujer -su inminente viuda- y lo remata ahogándole con una bolsa de plástico de la cadena de supermercados Sánchez Romero. Luego la pareja asesina hace el amor con el cuerpo enfriándose a su lado, y ella, enloquecida, le pide al protagonista que le bese las manos, que se las muerda, y como colofón, que arranque la insignia del Madrid de la chaqueta del millonario para oprobiarlo incluso cadáver. Él se niega; es más, se aparta y, aturdido, llega al enorme salón museo del chalé y, entre toses, se derrumba sobre una copa que es imitación exacta del trofeo de la primera Liga ganada por el Madrid en el año 1932. Allí, con los pantalones a la altura de los tobillos, encogido como un niño y rodeado de fotos de la historia madridista, se da cuenta de que se ha convertido en un asesino y, peor aún, asume que su amante lo ha conducido a la perdición con mala fe.

Y se produce el suceso que mantuvo a Sara Lagos siguiendo...

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Autor

Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) es profesor en la escuela de ideas Hotel Kafka, en la escuela de escritura creativa El Atelier de Fábula y en la escuela de interpretación Work In Progress, humorista gráfico con el apodo Superantipático (en las publicaciones 20 minutos y República de las letras, entre otras) y colaborador habitual de diversos medios de comunicación. Ha escrito las novelas Mala Suerte (2003), López López (2004), El disparatado círculo de los pájaros borrachos (2006), Una revolución pequeña (2009), Mis seres queridos (2010), Un amigo en la ciudad (Siruela, 2013), Ante todo criminal (Siruela, 2015) y La encantadora familia Dumont (Siruela, 2019).